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Ghost. We're all haunted here.

sábado, 12 de abril de 2014

Salvando insalvables salvadoras.

La tacita está sorprendentemente entera y hace un ligero cling cuando su vecina la deja sobre el platillo. El té huele dulzón y no exactamente a té, y prácticamente está hirviendo pero eso es una de las cosas que no detiene a las siempre heladas manos de Drea. El mantel es justo lo contrario, una tela rugosa que tiene parches aquí y allá, pegatinas de grupos musicales o citas de algo que ella no ha visto ni leído ni escuchado en toda su vida y cubre una mesita redonda y típica. El apartamento es ligeramente más grande que el suyo, en realidad, pero parece infinito y laberíntico y destartalado como el edificio entero, y aunque no lo ha pisado en su vida, en realidad (con la brillante excepción del felpudo, la vez que le entregaron una carta que rezaba AL CABRÓN DE SALEM en el sobre y que evidentemente no era para ella) no puede evitar sentirse un poco como en casa, debajo de sus capas de timidez constante.

La vecina toma asiento frente a ella y se aparta un mechón de ese pelo rubio de la cara con gesto ausente, antes de agarrar una baraja de tarot y comenzar a mezclar las cartas. Hay un platito de pastas y un azucarero entre ellas -la parte de ¿lo tomas con leche? y el no, no, gracias ha pasado ya- y a Drea su vecina se le hace cada vez más extraña.

Y eso que no es quién para decir nada.

-Puedes llamarme Pitia. -La voz la conoce mejor que las otras cosas, y suena un poco cascada pero un poco suave, como una prostituta trasnochada de cuarenta y una niña descreída de cinco. Es rara y se mezcla  de la manera justa para que sobre todo uno note que arrastra un poco la r, como si sonase más de lo que debería, y que parece aburrida. Pero le ofrece un nombre sin una sonrisa y Drea no necesita ser demasiado perspicaz para saber que no es de verdad.
-Pero ese no es tu nombre. -Todo el valor que ha ido acumulando este año, gramito a gramito, se condensa como en una locura y sale por su boca de repente, como si no estuviera cuestionando a la persona que acaba de salvarle la vida.

Pitia sonríe, y sus ojos se mueven de acá para allá, incapaces de clavarse en los suyos durante mucho rato (y Drea los sigue, porque siempre le gustó mirar directamente a la persona con la que hablaba. Pitia los mueve muy poquito, apenas un milímetro, pero es suficiente como para que se de cuenta), mientras sus manos siguen mezclando la baraja y la boca se le curva ligeramente hacia arriba. Y es justo entonces cuando a la chica que vendió su color de pelo se le ocurre que eso es lo que pasa, que Pitia habla y mueve los ojos y los dedos y los labios y parecen entes diferentes, como si alguien hubiera cogido trozos diferentes de cuerpos diferentes y los hubiera pegado de cualquier manera, sin preocuparse de si iban a llevarse bien entre ellos. Es armonioso de la misma manera que lo sería el caos, y Pitia señala con la nariz las pastas (que sí que tienen buena pinta) y no habla hasta que Drea se traga la timidez y alarga la mano para coger una.

-No lo es. ¿Quieres saber mi verdadero nombre? -La pregunta sólo quiere decir que no lo sabrá hoy. Ni mañana.

El silencio que se extiende esta vez es amable y cómodo y se corta de vez en cuando, cuando Drea deja la tacita con cuidado en el plato o incluso se atreve a coger otra galleta y Pitia juguetea con sus cartas, como si en realidad fueran de póker y aquello fuera un casino.

-Mejor hablamos de otra cosa. ¿Eres de Cosmópolis, Drea?
-Dicen que nadie de Cosmópolis es realmente de Cosmópolis. -Se encoge de hombros y se permite el lugar común como un homenaje a sí misma y un pequeño gracias después de todos los que ha repetido ya, en realidad.- Pero yo sí. ¿Y tú?
-No. ¿Y cómo has acabado viviendo en este agujero? ¿Problemas familiares?

Y Drea se muerde la lengua para no contestarle un dímelo tú, aunque eso suena a que está a gusto ahí, con Pitia, con su voz que no pega con su boca y sus ojos tan frenéticos como sus dedos. También tiene un pelo precioso. Es la primera vez que Drea no tiembla en mucho tiempo. Está cómoda y sus ojos verdes como canicas brillan un poquito. Seguro que Pitia se da cuenta, y por eso sonríe así, como si la pregunta de los problemas familiares fuera a propósito para molestarla.

-No. O sea. No podría, sabes. -Se traba un poquito pero es por el susto y por todo, porque no es que haya una situación que no la supere.
-¿No tienes? -Las cartas siguen girando bajo sus dedos, susurrando, seguramente, tan bajo y en un idioma tan secreto que ella no lo oye ni lo entendería.
-Sí, sí que tengo. -La sonrisa sí que sale fácil ahí, aunque se encalla un poco hacia la izquierda porque sus padres no son un buen asunto pero- Tengo un hermano mayor. No nos vemos... Demasiado, ¿sabes? Pero a veces. Se puede contar con él. A veces. Creo.
-Los hermanos mayores no suelen valer para nada. -Ofrece Pitia, dándole un traguito diminuto a su propio té.- ¿Cómo se llama?

Ah.

-No puedo decírtelo. -Y es verdad. Le hicieron firmar un papel, aunque en esa temporada no estaba muy bien y se estaba acostumbrando al cambio y no se acuerda exactamente, pero él se lo dice siempre que se ven (aunque sean pocas veces, como en Navidad o el día de su cumpleaños)- O sea. ¿Sabes The Cigarros?

La forma de su vecina de alzar las dejas le dice que sí, sabe. Tal vez lo que le dicen las arrugas sobre el puente de su nariz es que la frase no está bien construida, querida. Drea no lo sabe y por eso sigue hablando.

-Sabes. Pues. El bajista. Smoke. Ya sabes, el escandaloso. El de. Bueno. Smoke. -Otro encogerse de hombros y otra sonrisa tímida.
-¿Sí? Vaya. No os parecéis mucho, ¿no? -Claro que no se parecen. Su hermano es alto y tiene la voz ronca y la espalda llena de cicatrices y el pelo que se le ondula de una manera un poco extraña. Su hermano tiene unos ojos afilados como sus dientes y se ríe de todos y todo es una broma. En el fondo se parecen en la constitución. Un poquito. Pero nadie los relacionaría y ahí está la gracia. Es una especie de chiste privado  entre dos personas que ya no comparten nada. Su hermano sigue riéndose de ella pero eso es porque se ríe de todo y de todos. La chica que vendió su color de pelo se pasa una mano por la cara antes de comentar:
-De todas maneras, este agujero es menos agujero que otros sitios. -Al menos para Drea, que ha dormido en parques un par de veces. Un buen montón de largas historias. Pitia asiente.-Y yo no ocupo mucho ni necesito muchas cosas, ni nada.

El mazo de tarot desaparece de repente y su vecina se mete una galleta entera a la boca, tragándola casi sin masticar. Se queda pensativa un rato, los ojos clavados en un punto lejano sobre su hombro derecho. Drea juguetea con la tacita entre las manos mientras se va bebiendo el té a traguitos pequeños, esperando. ¿A qué? Tampoco es que lo sepa, pero supone que Pitia va a volver en algún momento a la tierra y hablará. Tal vez incluya una pequeña inflexión esta vez, un eco que no sea el del aburrimiento.

-Supongo que no, ¿eh? -La sonrisa es cordial, los ojos son crueles. Las manos se han detenido, extendidas sobre el mantel, resiguiendo algún camino de hilos.- No necesitas demasiado, pero, sin embargo, haces tratos con los jefes de Dédalo. No te confundas conmigo, Drea. Hoy te he salvado la vida pero no ha sido gratuito. No me importan tus motivos, ni lo que vendieras ni a cambio de qué. Me trae sin cuidado, pero no eres una chica cualquiera. Dejas de serlo en cuanto compras un sueño.
>>Así que dime, Drea Schaffer, ¿qué parte del trato has incumplido y por qué?

lunes, 9 de diciembre de 2013

Cartas que nunca redacté. (I)

Te escribiría algo profundo y con significado
pero las palabras se me secan en cuanto intento entrar un poco más.
Tengo la mente tan entumecida como las manos,
pero respiro humo y
te sonríen mis dientes afilados.

(Creo que de momento es 
suficiente.)