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Ghost. We're all haunted here.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Y duele donde no debería.

Hay silencios.

Son a veces, silencios cómodos en los que acurrucarse después de un comentario agudo de Gabe o de la última carcajada de Eric. Son a veces,  silencios entre ruido blanco, en una cafetería que tuvo años mejores (con una camarera que también) pero que hace los mejores gofres de la ciudad (y el peor café) o en la calle, cálidos y brillantes como un domingo por la tarde sabiendo que el lunes no hay nada que hacer. Un segundo o dos para sonreír (Eric sonríe abierto y tiene un colmillo torcido y es gracioso y a Gabe, que está acostumbrado a sonrisas de medio lado que sólo son malas intenciones, le parece una sonrisa bonita y casi poco hipster, aunque Eric es un hipster auténtico pese a no llevar gafas. Él sonríe en secreto debajo de la capucha, labios apretados y ojos entornados, para que no se le note).

Hay silencios y son cómodos, y es normal, porque no pueden estar hablando siempre y porque Gabe habla bastante en confianza, pero el no hablar también le gusta y porque Eric es tímido, y porque se bordean, se buscan las fronteras el uno al otro, porque van con cuidado, intentando no romperse.

Pero hay silencios que no lo son.

Son tensos y se estiran como una agonía, son a veces, como cuando van en el coche y están cansados o el conductor de delante es un imbécil o el día de Eric en el hospital ha sido una mierda o Gabe tiene uno de los suyos y está temblando debajo de tres camisetas pero no quiere hablar de ello.

Son silencios que tienen a Gabe con los ojos casi azules o sin ser verdes del todo, clavados en el espejo, insondables y enfadados sólo porque sí, mirándolo a él sin una palabra y sin girar la cabeza, el gesto adusto y mala cara, queriendo preguntarle que qué, si ha buscado a Gabriele Carlevaro en los archivos del hospital, que cuánto ha flipado, que si tiene alguna pregunta. Que si espera alguna respuesta.

Eric siempre le devuelve la mirada, a través del retrovisor, esos ojos marrón chocolate por los que asoma una paciencia insultante, de las que duelen.

Hay silencios. Algunos no son cómodos.

(Gabe a veces piensa
que Eric se merece una verdad, o al menos algo que no sea del todo mentira, y cree que podría contárselo pero la mirada de Alistair, gris piedra, le recuerda que no puede
no puede.)