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Ghost. We're all haunted here.

viernes, 4 de octubre de 2013

Lo que pasa es que Samnang quería jugarse el otro ojo.

There's traps inside us all
There's traps inside us all
There's traps inside us all
(And the knife is so tall)

Era una tarde tan absurdamente normal que seguro que tenía que dolerle en alguna parte. Suspiro suspiraba parapetado detrás de su Sentido y sensibilidad, Rose fregaba los platos con un estruendo que quería cortar el silencio y la calma sin llegar a conseguirlo jamás y Havel jugaba a las cartas con Vriska, que le estaba dando una paliza sin prestar atención alguna.

Si Samnang no hubiera sido un perturbado (pero lo era) hubiera estado temblando porque nada debería asustarle más que aquella normalidad que se les estaba estirando demasiado. Casi ya ni podía contar los días que Rose había frotado la vajilla desigual y desgastada como si la estuviese ofendiendo mortalmente, ni sabría decir exactamente cuántos libros de las escritoras victorianas había traído Suspiro a la mesita del salón, ni recordaba cuánto dinero le debía ya Havel a Vriska. Debería darle miedo que nadie le hubiera puesto una pistola en la sien en las últimas semanas porque Samnang sabía por experiencia que la próxima vez el cañón iba a ser más grande.

Pero Samnang era un loco que sabía demasiado bien que su madre lo había llamado afortunado, así que se ajustaba el parche del izquierdo y se dejaba llevar. Tampoco estaba a gusto, porque su culo inquieto nunca estaba a gusto, pero le gustaba la forma que tenía el pelo de Rose cuando le caía sobre la nariz.

Y el agorero siempre había sido Suspiro.

Rose terminó de fregar en algún momento, y el ruido cesó y pasó a ser sustituido por el silbidito de Havel al oírla pasar y el golpeteo sordo y mudo de sus calcetines desparejados contra las baldosas congeladas, antes de que se sentase a su lado, el sofá amoldándose a su cuerpo, el pelo rubio y largo cayéndole por los hombros anchos y rozándole el brazo a Samnang. Suspiró a la vez que Suspiro y Samnang abrió el ojo bueno.

-Podría acostumbrarme a esto. -Tenía la nariz menos fruncida que nunca y parecía triste, triste como si se estuviese apagando un poquito más de lo normal, poco a poco. Samnang asintió, ausente, pensando que él también podría acostumbrarse a eso si acostumbrarse algo entrara en sus facultades, porque seguro que era fácil, la calma y el seguir vivo al levantarse y el ruido de los platos y de las páginas y de las cartas y el aloe vera secándose sobre la tele. Podría.
-No tientes al diablo. -Vriska tenía algo de adivina y algo de mal augurio y ladeaba la cabeza por encima de sus cartas, los ojos entornados. La voz le sonaba a diablillo y a botella de absenta.
-No seas imbécil, Vriska. -La sonrisa de Samnang tentaba del todo, dientes de tiburón y descaro por todos lados, sólo porque podía y porque estaba oyendo a Suspiro cortocircuitar a un lado o atragantarse en las mil maldiciones que quería echarle a la vez y le gustaba.- Qué podría pasar.

Havel bufó, como un gato al que le tiras agua fría y soltó la baraja de golpe. Era su cara de ya la estáis liando, y Rose arrugó el ceño pero no dijo nada mientras Suspiro gimoteaba que no es justo, no, no no, Vriska, no hagas nada, no y ellos dos se reían como los locos que eran porque ellos no iban a hacer nada.

Pero esa fue la tarde que estalló la tormenta.
Y esa fue la tarde que volvieron las Vinter.