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Ghost. We're all haunted here.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Que no se te ocurra sacarme de mi infierno.

Regresó pálida, vestida de negro.

No la esperaban, y era la primera vez que no la esperaba nadie. Las cosas habían cambiado y todos parecían haberse dado cuenta hacía tiempo. Ella lo sabía también.

Regresó y volvía a atrapar la luz con la piel calcárea, a moverlos a todos con aquellos ojos de hielo. Rose le abrió la puerta y todos la vieron encogerse un segundo antes de que no pasara absolutamente nada. Le abrió la puerta casi con reverencia, casi con miedo. Como siempre. Las cosas habían cambiado, pero nunca del todo. Da igual que cambies el color del puzzle, las piezas siguen encajando bien.

Entró sin tormentas. Entró vestida de negro de los pies a la cabeza, sin escotes, sin provocaciones. Estaba más delgada. Mucho más que la última vez que todos la habían visto (y eso era de esperar, claro), y muchísimo más de lo que esperaban todos. Cada paso que dio subida a unos tacones altísimos hasta situarse en el centro del salón, de aquella reunión de locos estupefactos, era funcional, estaba calculado al detalle.

Seguía ahí y parecía más tangible que nunca. Los miró a todos, aguardando la avalancha de exclamaciones y preguntas que
por supuesto
llegó.

Havel tenía unos ojos somnolientos y negros que se iban a desorbitar mientras escupía incoherencias a diestro y siniestro, incrédulo y anclado en su sitio del sofá, con la baraja en la mano. Vriska se había echado a reír, una sarta de insultos entre carcajada de loca y aguda carcajada. Suspiro suspiró, porque era lo único que se le ocurría. Rose fue directa al qué tal estás, al dónde has estado todo este tiempo. Las hermanas Vinter se habían quedado heladas bajo su mirada -porque le tenían  miedo, a ella, porque ellas eran malas, malas por naturaleza y por obligación, pero ella, oh, ella siempre había sido mil veces peor- y para cuando Maria frunció su ceño plagado de pecas, Aletta ya había ideado un plan de escape casi perfecto. Al detective Culkin se le cayó el cigarrillo de los labios y la ceniza se confundió con las baldosas grises.

Samnang se limitó a su sonrisa de serpiente.

Y por supuesto, ella fue directa a él.

-Cómo va ese ojo, Afortunado. -Tenía la misma voz de soprano de siempre. Ah, las cosas habían cambiado, pero no tanto.
-Se deja llevar. -Contestó, rozándose el parche con el dedo corazón. Era una respuesta refleja.

Y por supuesto, era un error.
Lo muerto no duele. Era un error.

Sunday Boss no le devolvió la sonrisa hasta que no le acarició la cara con aquellos dedos suaves y fríos.

-Seguro que no.

(Corred.)

martes, 19 de noviembre de 2013

But what's worse is this pain in here, I can't stay in here, ain't it clear that

(violence becomes tranquility
violence becomes normal
when violence becomes entertaining)


(Antes de todo.)
En sus cabezas todavía sonaba Another One Bites The Dust mientras andaban con la lentitud de dos críos de quince y medio y la chaqueta de cuero de Louie, que aún estaba más delgado entonces y parecía un poco más pequeño, más insignificante.
Ya le habían rajado la cara, pero las cicatrices no importaban nunca.  Gabe usaba capuchas más profundas, y  era más bajito (aunque le faltaban cuatro, cinco centímetros para llegar a lo que mide ahora) y se habían rapado la cabeza hacía poco.  Todavía parecían empeñados en creerse que no tenían sentimientos,  que podían con todo porque no había más normas que las que les venían impregnadas en la piel, y en realidad ninguno tenía suficiente confianza con el otro (todavía) como para reconocer en voz alta que la visión de los mechones rubios de los dos (el pelo liso y muy claro de Louie  entrometiéndose en los rizos color miel de Gabe) les provocó una náusea extraña y sin sentido.
Louie aún no entendía bien de simbolismos.                                                                                              Gabe nunca había necesitado clases.
Llevaban bates y cadenas porque eran sus únicos refugios reales. La hermandad que les proporcionaba la violencia, el coche destrozándose por una razón (Louie lo decía con un fervor que a su mejor amigo se le trababa en el fondo del paladar, aún entonces), los momentos brillantes del porro de después, hablando de la cara oculta de la luna en un descampado en el que refulgían las agujas de los junkies. Se miraban de soslayo, poco a poco, mordiendo sonrisas con dientes mellados (Gabe) y la boca estirada (Louie). Eran los mejores amigos y al principio sólo los unía el sonido de los cristales estallando, los golpes que daban y los que habían recibido, y los que aún estaban por llegar. Eran los mejores amigos aunque uno estuviera destrozado –reducido a polvo, trizas, añicos, cenizas- y el otro retorcido por todas partes –estaba mal,  era terrible porque no sabías hacia qué lado se iba a combar en ningún momento-, porque no podría haber sido de otra manera, nunca, jamás.

(Luego se hicieron mayores
y Louie aprendió a sonreír como si no le importara

pero lo peor que pudieron hacer nunca fue crecer).