No la esperaban, y era la primera vez que no la esperaba nadie. Las cosas habían cambiado y todos parecían haberse dado cuenta hacía tiempo. Ella lo sabía también.
Regresó y volvía a atrapar la luz con la piel calcárea, a moverlos a todos con aquellos ojos de hielo. Rose le abrió la puerta y todos la vieron encogerse un segundo antes de que no pasara absolutamente nada. Le abrió la puerta casi con reverencia, casi con miedo. Como siempre. Las cosas habían cambiado, pero nunca del todo. Da igual que cambies el color del puzzle, las piezas siguen encajando bien.
Entró sin tormentas. Entró vestida de negro de los pies a la cabeza, sin escotes, sin provocaciones. Estaba más delgada. Mucho más que la última vez que todos la habían visto (y eso era de esperar, claro), y muchísimo más de lo que esperaban todos. Cada paso que dio subida a unos tacones altísimos hasta situarse en el centro del salón, de aquella reunión de locos estupefactos, era funcional, estaba calculado al detalle.
Seguía ahí y parecía más tangible que nunca. Los miró a todos, aguardando la avalancha de exclamaciones y preguntas que
por supuesto
llegó.
Havel tenía unos ojos somnolientos y negros que se iban a desorbitar mientras escupía incoherencias a diestro y siniestro, incrédulo y anclado en su sitio del sofá, con la baraja en la mano. Vriska se había echado a reír, una sarta de insultos entre carcajada de loca y aguda carcajada. Suspiro suspiró, porque era lo único que se le ocurría. Rose fue directa al qué tal estás, al dónde has estado todo este tiempo. Las hermanas Vinter se habían quedado heladas bajo su mirada -porque le tenían miedo, a ella, porque ellas eran malas, malas por naturaleza y por obligación, pero ella, oh, ella siempre había sido mil veces peor- y para cuando Maria frunció su ceño plagado de pecas, Aletta ya había ideado un plan de escape casi perfecto. Al detective Culkin se le cayó el cigarrillo de los labios y la ceniza se confundió con las baldosas grises.
Samnang se limitó a su sonrisa de serpiente.
Y por supuesto, ella fue directa a él.
-Cómo va ese ojo, Afortunado. -Tenía la misma voz de soprano de siempre. Ah, las cosas habían cambiado, pero no tanto.
-Se deja llevar. -Contestó, rozándose el parche con el dedo corazón. Era una respuesta refleja.
Y por supuesto, era un error.
Lo muerto no duele. Era un error.
Sunday Boss no le devolvió la sonrisa hasta que no le acarició la cara con aquellos dedos suaves y fríos.
-Seguro que no.
(Corred.)