Sólo había una persona que se acordaba bien, una persona que seguía hablando del agua desprendiéndose de las nubes hacia abajo, hacia el suelo. Sólo había una persona que sabía lo que era el plop sobre las aceras, el plic sobre los cristales. Si quería, hasta te contaba lo que era el correr de un río. Si lo pillabas nostálgico, nostálgico de verdad, que hasta se le empañaba el iris, te hablaba del mar. Xerxes Eidos había visto el mar y decía que aún lo oía. Pero nunca hablaba de la lluvia sobre la piel porque al resto le dolía el estómago. Era una sensación rara, aquél dolor de estómago. Como echar de menos la caricia de una madre a la que no recuerdas, como una promesa al viento que nadie iba a escuchar. Algún día saldremos de aquí.
Annie tenía la piel bronceada porque se había pasado la vida al sol, tirada en cualquier vía abandonada, fumando como si no hubiera mañana. Annie era rubia por lo mismo, Annie se reía con dientes blancos y unos labios finos y tirantes. Annie era el Sol, era la sequía misma, quemada por el acero y porque no la quería nadie. Una anguila de ojos pardos y pecas infinitas, caminos que se retorcían, que se retorcían, que se retorcían. Annie tenía una risa que sonaba a ramita seca que se partía en mil millones de pedazos. Decían que para ella no habría nunca un mañana.
Annie siempre quería que Xerxes le hablara de la lluvia, y después se retorcía de la risa y le decía, con aquella voz ácida y ronca, que tienes el corazón seco de verdad, eh, Xerxs.
Isaac y Pandora meneaban la cabeza y seguían pensando en irse de la ciudad los cuatro. Su promesa no se la llevaba el viento. Xerxes y Annie, que eran arena y huellas de un océano, pensaban que lo habían grabado en algún pergamino y lo habían vendido a algún diablo nocturno.
Pero entonces llegó el día cuatro y todos se acordaron de la promesa, y del sol en el puente de la nariz de Annie. Hacía calor, pero era diferente. No era el viejo compañero de cama de Pandora, era otro. Uno que se colaba por debajo de las vendas de Isaac. Un calor pegajoso, que no rascaba la garganta. Algo pasaba. Era lunes.
Las nubes eran negras. Negras como los ojos de Pandora, como las zapatillas de Xerx, como el mismo azabache aunque nadie sabía qué cojones era el azabache. No había vías pasando por encima de la azotea pero Annie se había tumbado sobre el suelo polvoriento y punto, porque ella misma era polvo y le daba igual.
Se reía como una loca y les chillaba a las nubes, como una niña.
Estaba colocada, pero Isaac estaba ocupado mirando hacia arriba
y no se dio cuenta.
y no se dio cuenta.
La lluvia estalló y Xerxes no lloró de alegría porque no sabía. La lluvia estalló e Isaac miraba a todos los horizontes con todos sus sueños bajo la piel. La lluvia estalló y Annie se había quedado muda, casi brillante como un pequeño Sol, empapada y toda pestañeos, preciosa como no había estado sobre ningún raíl abandonado. La lluvia estalló y Pandora Flowers estaba de pie justo al borde, mirando al cielo. El agua le mojaba los rizos y los ojos los tenía negro nube. Era una una mirada terrible. Y lo que llevaba entre las manos era
¿una caja?
An. An, escribes demasiado bonito. Me da cosita el Xerx melancólico del principio, pero me gusta el Xerx que casi llora de felicidad del final.
ResponderEliminarY me da miedito Pandora con la caja. Porque se llama Pandora. Y ES UNA CAJA. PANDORA, NO ABRAS LA CAJA, QUE LA LÍAS.
(Ánimo y no pares de escribirlo, Annie~)
Pero dios, escalofríos. He sentido escalofríos cuando hablabas de cómo estallaba la lluvia después de tanto echar de menos el agua (por lo menos, quien se acordaba).
ResponderEliminarMe encanta, quiero más. Más. Más. Más.
Dame más.
Porque eso de la caja brrrrrrr
(Y vamos, que son Xerx y Pando)
Puedes hacerlo. Con este principio el final te será casi pan comido ¡a por todas!