Había tenido diecisiete años en algún momento. No sabía exactamente cuándo, porque se había estancado en los quince unos dos años, y luego había saltado a... No, en realidad no. Se había estancado en los quince y se había quedado ahí mucho tiempo.
Sus diecisiete, entonces, brillaron por su ausencia. Como los dieciséis y los dieciocho. De tener diecinueve había sido más consciente, ves, porque eran diez-y-nueve y era alguna clase de broma personal suya, de sonrisa retorcida y cicatrices aún frescas. Pero a los diecinueve eran tan caótico como siempre, así que nunca importó.
La gracia estaba en que era un cabrón profesional que una vez tuvo diecisiete años. Fueron un brillo de nada, un destello de hojalata vacía, una carrera descendente hacia el estrellato estrellado que fueron sus dieciocho años. Duró un segundo, y él jura que fue el peor de su vida. Después, dejó a su novia y se largó a otro continente. A sacarse el doctorado en Cabronismo, supone todo el mundo. Él dice que es porque le había gustado el culo de Dave (aunque luego hubo que pegarle un tiro).
La gracia está en que tuvo diecisiete años cuando ya había cumplido uno más.
Y como era un puto cabrón que bebía té y se quejaba de que supiera a alquitrán, como era un puto cabrón que se reía de ti desde tu propia cabeza, como era un puto cabrón que no tenía un plan establecido y no seguía el de nadie, como era un puto cabrón que sólo. Quería. Que le dejasen. En paz, cumplió veintiuno el septiembre del año que cumplía veinte.
Y fue exactamente igual que cuando cumplió diecisiete. Fuegos artificiales vacíos, un nanosegundo de vértigo, raíles que no llevaban a ninguna parte. Y él, destrozado, la boca llena de sangre (una muela menos), los pies doloridos (pero los dedos, los de siempre), el culo apoyado en una silla incómoda (agujetas, seguro) y la misma sonrisa demasiado alargada de siempre (que gritaba no te fíes de mí, pero a la que nadie hacía caso). Menudo recibimiento de mierda. Pero ahí que estaba él, en la sala de interrogatorios más cutre, con su camiseta más horrorosa y un agujero en el vaquero, a la altura de la rodilla. Le molestaba una costilla, pero había conocido a alguien que pegaba más fuerte. No le dolería la cabeza si no lo hubiese comentado en voz alta.
-Si os creéis que soy a quién queréis, sois los putos peores investigadores que he conocido en mi puta vida.
Ese día sonrió a la muerte y salió venciendo, como siempre. Él decía que era un superpoder, Colin opinaba que no era más que un cabrón con suerte. Al fin y al cabo, venía a ser lo mismo. Nadie fue a salvarlo esa noche, pero eso fue porque no lo necesitaba.
Y ahí estaba la gracia. ¡Tachán! Ha llegado a su destino, el fondo. Y era exactamente igual que la superficie. Todos le necesitaban, y él, por no necesitar, no se necesitaba ni a sí mismo. Nadie a quién enfrentarse, nadie que le reprochara nada. Nadie que lo salvara.
Y lo peor de todo era que el muy gilipollas tenía un segundo nombre que significaba esperanza.
Lo digo mucho (seguramente) pero a mí Louie me da mucha pena. Qué narices, los demás también, pero Louie mucha. Está muy perdido en la vida y no sé si es que no lo sabe o no se quiere dar cuenta. Y no tener a nadie que te salve no deja de ser triste.
ResponderEliminarLo de comentar lo mucho que me gusta el trozo ya sobra, porque eso seguro que lo repito tanto que estará más que oído. Pero me gusta mucho. Muchísimo. Lo de cumplir los años como le sale del mismo y terminar en una comisaría. La idea me gusta. El contenido también.
Vaya vaya vaya. Siento tener que admitirlo, pero me he colgado de este cabrón.
ResponderEliminarMe encanta lo que escribes y como lo escribes. Y eso que acabo de llegar.